Existen momentos en la convivencia familiar en los que surgen tensiones. Uno de ellos es el paso de la infancia a la adolescencia. Esta es una etapa obligatoria. Una forma de evitar el sufrimiento innecesario se consigue ayudando a los padres a comprender y aceptar los cambios de los hijos. Las conductas de los preadolescentes van orientadas a lograr una mayor autonomía y a construir la propia identidad. Para poder definir su personalidad, se tiene que producir la separación de los hijos del criterio de los padres. Para alcanzar la nueva identidad, la primera manifestación son las críticas a todo lo establecido y lo que implique autoridad.
En esta etapa los hijos necesitan que los progenitores los escuchen más que en ningún otro momento. La adolescencia requiere el acompañamiento de los adultos aunque las actitudes de los adolescentes parezcan manifestar lo contrario.
Cuando se producen situaciones conflictivas generadas por la conducta del adolescente, la respuesta como padre o madre deberá estar orientada a guardar la calma, gestionando las emociones, para poder hablar con tranquilidad sobre el tema. Hay que recordar siempre que el rol de padres tiene la función de educar, por lo tanto debemos dar una respuesta que sea educativa. Gritar, perseguir, o controlar son intervenciones que no educan y perjudican la relación familiar. En su lugar, dialogar, marcar límites razonando y argumentando, escuchar desde el respeto para comprender sus puntos de vista, o negociar consigiendo compromisos son actuaciones que educan, servirán de modelo positivo en el futuro y les ayudarán a sentir la seguridad que necesitan en las relaciones sociales.
La comunicación con los adolescentes es fundamental para la prevención y el afrontamiento de los conflictos. La forma adecuada de hablar con los adolescente es evitar la crítica, sin juzgarle o compararle. Preguntando y mostrando interés auténtico, respetando su intimidad, sin indagar. Los adolescentes necesitan tener un espacio propio para llegar a sentirse ellos mismos.
Valorar sus logros y reforzar con palabras las cosas que hacen bien. Interesarnos por lo que percibimos importante para los adolescentes, aunque no coincida con nuestro criterio. Provocar debates razonados sobre temas de opinión y expresar nuestros sentimientos más que las críticas reiterativas.
Los adultos debemos facilitarles a los adolescentes la adquisición de autonomía, pero desde la responsabilidad. Tratarles como personas capaces de razonar, eligiendo el momento adecuado, y negociar llegando al compromiso. Manifestarles amor, respetando su intimidad. Conocer a sus amigos, interesarnos por sus aficiones, expresar nuestros criterios y normas con argumentos, no con imposiciones. Ser coherente y no arbitrario. En definitiva, practicar en la relación con el adolescente el binomio que resulta eficaz: amor-firmeza.
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